Me odio cuando lloro.
Llorar me recuerda lo débil que soy, que no puedo enfrentar mis cosas sola, que necesito ayuda aunque sé que esa ayuda no va a llegar, que como siempre solo cuento conmigo y nadie más.
Agradezco la puerta de mi cuarto y a mis dos almohadas que me permiten aislarme y llorar con solo mi voz interior para recordarme que llorar no sirve de nada porque nadie va a consolarte porque tu llanto no ayuda a solucionar nada.
Cómo siempre la culpa es mía por pedir a la vida lo que no he de alcanzar, por pedir quizá lo que tampoco podría dar.
Pero es lógico. Tu vida y tus problemas, tu llanto no detiene al mundo, que sigue girando, dejándote al margen porque nadie tolera a los llorones. Porque llorar es un ejercicio inútil del narcisismo de creer que importas algo.
Y uso el llanto como otros usan el licor, hasta que la cabeza me explote y no quede más que dormirme de agotamiento y de tristeza
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