En un post viejo hablaba de una de depresión de la que no sé aún cómo salí y mencionaba otra, de seis meses antes. Voy a escribir de eso.
El cambio de número en el calendario ha traído festividades y festejos: cumplir años, los aniversarios y el fin de año.
Y cuando el calendario pasó de los 1900 al 2000, el mundo enloqueció.
Hubo quienes lo celebraron y hubo quienes esperaban (incluso ansiaron) el fin del mundo.
En esa época yo estudiaba mi formación técnica, en un tema divertido, pero inútil, que elegí por estupidez y rebeldía.
Allí tenía un par de buenos amigos (siempre se me han prendido más los varones que las mujeres), algunos buenos compañeros, un cuarteto de chicos que me gustaban, compañeras que me apreciaban y unas cuantas chicas que no me tragaban y me pegaban papelitos en la espalda del blazer, celosas (y lo digo sin modestia) de mi excelente desempeño académico, mis muchos conocimientos sobre varios temas, lo bien que se me daba usar las herramientas, que nunca fuera a beber con ellos ni dijera groserías. He de decir que los insultos siempre aludían a mi físico.
(Paréntesis: por eso me encantaba exhibirles, como si fuera una rara ave ornamental, a Lucas, mi pareja de la época, quién llegaba con su atractivo augusto, surreal, a recogerme a la salida).
Y si señores, un par de meses antes del paso 90 a 2000 también entré en crisis. Por algún motivo inexplicable aún hoy, no deseaba pasar el fin del año, ese fin de año, ese inicio de año con nueva numeración en mi ciudad natal... Y aún más raro, no quería estar con mi familia.
Me sentía asfixiada, ahogada, no cabía en mi pellejo, lloraba por todo, me metía debajo de las camas (algo que no recordaba hacer desde los 5 años) y me escondía en los más recónditos baños de la casa de mi abuela a pedir a algún dios benevolente que por favor, por favor, por favor me sacara de allí.
No importaba a dónde o cómo, pero que jugara su ajedrez celestial y por favor, por favor, por favor me ayudara.
No sé por qué era importante para mí estar lejos de mi fría ciudad para el fin de año, no sé por qué quería liberarme del peso de ser la hija modélica y ser quien me viniera del hígado.
Es sorprendente lo poco que mi familia me conoce. Por lo que sé, lo poco que la familia conoce a cualquiera.
No tenía ninguna razón para pedir lo que pedía y con certeza las fuerzas cósmicas tenían muchas cosas mejores que hacer que atender las súplicas de una cría insegura y lloriqueante... Pero me ayudaron.
Dos días antes del fin de año, sin siquiera buscarla, había conseguido una corta oferta de trabajo en otra ciudad, un balneario caliente donde mi familia no estaba invitada.
Allí me gané el cariño del mis jefes (me pusieron a atender un puesto de refrescos, porque no creyeron que diera para más y en seis horas era la reina del lugar. El Jefe peleó con restaurante y piscina para que no me movieran de allí), un nuevo admirador (fugaz, pero suficiente para levantarme el ego), me besé con el chico que me gustaba (del cuarteto era el 1. Ya por ese entonces Lucas me había mandado al carajo), hice vida social como loca y como teníamos acceso a las piscinas, nadé todos los días. Y en esa época precelular, ni siquiera tuve que llamar a mi familia y hablar con ellos si no lo deseaba.
En la noche de fin de año tocó trabajar atendiendo un evento y es inexplicable e inexpresable la paz y tranquilidad que sentía allí, repartiendo bocadillos y copas de champán (y era del fino: el jefe nos dió un sorbo a cada uno a media noche) viviendo mi cumplido deseo.
Ese fue mi último día de trabajo allá, nos dieron un par de días de descanso y nos regresaron a la ciudad. Unas vacaciones perfectas y encima me pagaron!
Hay que decir que mi dios particular cumplió y con creces.
Podría haber sido pura potra, suerte, casualidad, chiripa... Pero he conocido pocas personas que hayan recibido un deseo concedido. Y hay que decir que este estaba complicado.
Muchos años después se me cumplió otro igual o aún más grande, pero ese es otro tema. Aún muchos años después, tuve un tercero.
Tengo una fé increíble en que lo que pido se me concederá y por ello, especialmente después del segundo deseo, me cuido mucho de pedir cosas muy específicas (tan específicas como "no deseo pasar fin de año en mi ciudad ni con mi familia" algo completamente inalcanzable para mí a los 19 años) solo pido algo de suerte y buena voluntad a mi favor. Lo cierto es que no puedo quejarme, porque en medio de desaires e inconvenientes que no faltan, he tenido una vida de buena fortuna, de personas que me quieren y de personas a las que puedo querer.
Sé que mis deseos no se cumplieron solos, no se materializaron de la nada, que hubo intervención de personas... Y ahora que soy mayor y un poco más madura, espero ser el instrumento que permita cumplir algunos de sus deseos a otros...
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