Al parecer no soy tan buena amiga como desearía.
O quizás simplemente soy muy afortunada.
Tengo pocos amigos muy cerca de mi corazón…
porque aunque parezco abierta y sencilla, mi corazón tiene mas compartimientos
que el titanic:
“el resto” son los
conocidos: ex jefes, compañeros de trabajo, ex-compañeros de colegio… gente que
si no fuera por el Facebook, no hubiera vuelto a verlos o hablarles.
Los confiables son
un nivel más allá. Y tienen acceso a una parte de mi vida… Pero nunca los
invitaría a mi boda.
Los amigos son eso:
la gente que realmente aprecio, gente que sabe mucho sobre mi y yo de ellos
dentro de ciertos mutuos limites (a veces, limitaciones).
Íntimos: solo hay
tres personas en este círculo. Son quienes mas me conocen, los que mas han
compartido tiempo de su vida conmigo, quienes me aceptan con fallos y virtudes.
Y creo que la gran diferencia es que con ellos tengo la confianza para hacer
una de las cosas que más odio hacer: llorar.
Hace poco tuve una
pelea con un amigo (no es mi íntimo porque nunca indagó suficiente de mi vida
para conocerme, aunque he de reconocer que puso la suya a mis pies…) y esta
pelea me ha puesto a reflexionar sobre muchas cosas acerca de mi misma…
Una de ellas y que
me sorprendió, fue ver cuánto y de qué modo incondicional cuento con mis
íntimos (cada uno a su estilo en este fin de semana tuvo que paliarme llanto,
darme dulces o levantarme el ánimo…)… aunque a todos, sin excepción, les he
fallado.
Por orden
cronológico, a quien primero le fallé fue a mi Mejor Amiga: me le rumbié un
novio. Era un chico con el que ella ya tenía una larga relación, pero el cual a
pesar de eso decidió que era una idea excelente invitarme a salir el día del
amor y la amistad (en vez de invitarle a ella…) de hace ya muchos años. Después
de unas rebanadas de pizza y unas cervezas me besó de forma absolutamente
posesiva y descontrolada. Solo un beso, pero en esa época (y a esa edad) esas
cosas importaban y mucho.
Juramos guardar el
secreto, pero él se lo contó (con tantas cosas como han pasado similares en mi
vida, no sé cómo no soy más desconfiada…). Ella me hizo el reclamo y llegamos a
la conclusión de que tal sujeto no valía la pena. Ella lo sacó de su vida
(sobra decir que también lo hice yo) y fin de esa historia. Sin resentimientos.
El siguiente, fue a
Mi Pareja. Hace ya años, nuestra relación estaba en una de esas crisis
mamertas, porque ni son tan leves como para ignorarlas ni tan graves para
terminar todo, así que… era una situación bastante jarta.
En ese estado de
cosas, conocí un ser maravilloso y me enamoré. Con toda la carga emocional e
incluso erótica que pueda tener esa palabra, aunque fue el amorío más casto e
inocente que se pueda concebir, pero en mi corazón llegó hasta el punto de
estar dispuesta a lanzar por la borda toda la larga relación construida con mi
pareja para apostarle a él. A mi niñito de diciembre. Y aunque el miedo ha sido
una constante en mis relaciones, esta vez el miedo lo traicionó a él… y no me
eligió.
Volví con mi
pareja, le confesé todo, peleamos hasta que sacamos nuestra relación del
marasmo en el que estaba… y continuamos. Como dice la canción “Quizás aun tenga
heridas, pero el dolor ya se marchó”
Finalmente, Mi
Mejor Amigo. Después de un par de relaciones bastante desgraciadas, consiguió
una persona que estuviera a su lado, y eso en cierto modo me hacía feliz,
porque me gusta ver a quienes amo felices. Todo hay que decirlo, yo no era
particularmente del gusto de su nueva pareja, pero bueno, dentro de lo
tolerable… hasta que una persona (que una vez descubrí este modo de actuar,
pasó de “amigos” a “Confiables”) decidió que la mejor manera de ganarme a su
causa era envenenándome, cosa que logró con todo éxito, hasta el punto que incluso
llegué a detestar a la novia y ni hablar de lo que opinaba que fuera la pareja
de mi amigo. En esa situación cometí un error que muchas personas (incluso
quien me envenenó) considerarían imperdonable: metí mi cuchara en su relación,
de una forma que iba desde críticas directas hasta tweets. Desde post en este
blog hasta comentarios en facebook.
Llegó a tal punto
la situación que casi fue forzado a elegir entre ella y yo. Por eso hubo una
pelea descomunal que casi arrasa con los cuasi 20 años que llevamos de amistad.
Cedió con galanura y me hizo ver con su habitual sosiego lo injusto de mis
actuaciones. Si a eso se suma que descubrí la forma vil como había sido
manipulada… Mi relación con él no tuvo más problemas, pero su pareja no puede
oírme nombrar y cuando el sale conmigo debe callar o mentirle, pues ella no
debe saber que estamos juntos. Y eso es triste.
Hace poco tuve una pelea
con un amigo. Y he sido injusta, aleve, egoísta…
Y no sé si esta vez
me alcance a mi la suerte y a él el corazón para perdonarme el haberlo
convertido en un juguete de mi capricho (por no mencionar que realmente no sé
cómo actuar, pues es alguien imprevisible).
Hace poco tuve una
pelea con un amigo.
Y estoy triste.
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