Siempre soñé con darte lujos.
Hace varios días tomé un fragmento del hipotético texto "la membrana permeable" donde decía que si te amo, te quiero dar todo.
No fui tan insensata como otros amigos (habré hecho mal?) que abandonaron la universidad para llevarse a su pareja (hoy, su ex-novia) a la playa, tampoco me endeudé para eso (lo hablábamos y a los dos nos parecía censurable tal actitud), o compré tablets y cosas caras para ti, poniendo en riesgo lo que más deseaba darte: un futuro a mi lado.
Hubo muchas cosas que quise darte y no pude, por ejemplo, que tu primer vuelo en avión fuera a mi lado (cancelaron el viaje de trabajo que íbamos a hacer juntos, y terminaste volando, por primera vez, solo y además, fuera del país), que conocieras mi ciudad favorita del país (ese iba a ser el plan de aniversario, llevarte a pasar el fin de semana allá), te iba a comprar la olla arrocera y te la iba a enviar directo al otro lado del continente para que dejaras de sufrir por no poder comer un arroz decente... no sé. Cosas ultracaras que uno hace con alegría cuando ama y se siente correspondido.
Si, en cambio, hice muchas: te llevé a restaurantes caros (que posiblemente nunca hubieras pisado sin mi compañía), hace un par de años pagué un hotel costosísimo y con todas las comodidades (sauna, jacuzzi, cama de agua...) para la noche del aniversario, te compré películas originales, ropa especial, siempre que necesitaste dinero para un capricho, te lo presté (dígase en tu honor que pagaste cada centavo), te compré un par de fabulosos tenis, compré chocolates costosos y cerveza extranjera, me gasté buena parte de mi sueldo en llevarte al October Fest de la ciudad, el año pasado, para tu cumpleaños, gastarme toda la prima en comprar las boletas más costosas del concierto de Manson...
Y no era solo "gastarme", era también privarme de cosas para dártelas a ti: no me comí los chocolates de Tequila que me trajo el jefe (te los dí de regalo porque te encanta el tequila), escogerte la mejor presa del pollo, dejarte repetir cuanto pastel quisieras y cocinar platos especiales (como la chuleta que nunca me dejaste prepararte y terminamos comiendo en un restaurante caro y no tan bueno)... La botella de vino que me trajo el Jefe de España sigue en el cajón, pues pensaba bebérmela contigo en este aniversario. Y el chocolate que me enviaste "de cumpleaños" (aunque te dije que me lo había comido) sigue intacto en el mismo cajón, porque quería comérmelo contigo, cuando regresaras (aunque deseaba de todo corazón que te fuera bien, nunca pensé que te irías más de 3 o 4 meses.. y menos que en tan poco tiempo me expulsarías de tu vida).
Los dos pertenecemos a una clase social modesta, y darte esos pequeños lujos me enorgullecía y me hacía feliz.
Era un placer gastar dinero en ti.
Y ahora me duele pasar por almacenes de discos, escaparates de tiendas, vitrinas...
Vi una gaseosa china de Donkey Kong y de inmediato me llené de tristeza porque no valía la pena comprártela.
Te compré el cuento de Mulán y no te lo daré. Lo dejé tirado en la casa de tu mamá y ni siquiera le puse dedicatoria. Sufrí en mi último viaje de "placer/trabajo" porque todas las deliciosas golosinas que deseaba comprarte no te las podría hacer llegar.
Ahora me puedo gastar mi dinero en lo que a mi se me de la real gana, puedo seguir ahorrando para comprar mi casa, puedo engordar mi cuenta...
Y por primera vez me pesa el dinero en el bolsillo, porque sin ti no me dan muchas ganas de gastármelo. Así como no me dan muchas ganas de seguir viviendo.
Tu principal motivo para irte fue la imposibilidad (económica) para estudiar. Un personaje cuyo nombre no diré, vive arrastrándose para pagarle la universidad a su pareja. Yo no lo hice. Ni siquiera me lo planteé porque me parecía importante para tu autoestima que lo hicieras tú mismo.
Pregunto de nuevo ¿hice mal? ¿debí retenerte a mi lado a como diera lugar? ¿debí apoyarte más (aún más!) para que lograras tus metas?