Love Potion

-Cuando crezcan haremos que sean una linda pareja -Dijo la señora Asuzy mirando cómo jugaba su pequeñuelo con la hijita de los Martínez
-Así será sin duda, comadre -dijo la señora Ana.
Así crecieron oyendo esas frases toda su infancia Tomás y Victoria, pero eran unos niños inocentes a quienes eso le entraba por un oído y les salía por el otro.
En tanto, sus familias prosperaban y lograban amasar un capital considerable, el cual se sentían más que felices de poder unir el día que sus dos únicos hijos se casaran.
El tiempo pasó y los niños crecieron: Tomás resultó de natural dulce y bondadoso, era paciente y brillante. Victoria era una chica consentida, voluntariosa, noble y decidida.
Sus opuestos caracteres y gustos similares (no en vano fueron criados en las mismas condiciones) auguraban un enlace adecuado y lleno de felicidad.
Cuando llegaron a la adolescencia, los seguían las miradas de sus familias esperando el chispazo de amor que sin duda surgiría.
Salían juntos a muchas partes, nadaban y caminaban juntos, pero fuera de algún roce fugaz (que podría, o no, ser interpretado de muchas maneras) no se les veía nada que anunciara el compromiso que sus familias esperaban hace 17 años.
Jugaban juntos al tenis y al ajedrez, bailaban juntos maravillosamente y fueron pareja en la fiesta de graduación. Y seguían sin verse las tan anheladas señales del próximo romance.
Así las cosas Ana y Asuzy decidieron tomar cartas en el asunto, porque si en la edad de la ebullición de  las hormonas sus retoños no parecían atraídos el uno por el otro, mucho menos pasaría más adelante. Había que buscar soluciones radicales.
De modo que se fueron al mejor brujo de la ciudad y comentándole cómo eran y estaban las cosas, le solicitaron  un filtro amoroso que encadenara los corazones de sus hijos.
La sustancia, rosada, pastosa -y con un sospechoso olor a rosas- fue derramada prontamente en algunos pastelillos que les sirvieron con el té; Y mientras sus madres los observaban con algo de disimulo, ellos terminaron toda la bandeja de bizcochuelos mientras debatían un sistema político de su invención, aún sin mostrar signos del esperado flechazo.
Después de un tiempo prudencial (no funcionó al día siguiente, ni al que sigue, ni al que venía...) las dos conspiradoras llegaron a la conclusión de que el brujo en cuestión las había estafado, por lo que fueron a buscar otro.
Allí les entregaron otro líquido, más liviano y de color violeta. Este debería vaporizarse en un cuarto donde se encontrara la pareja para que hiciera sus efectos. Esta vez, solo por seguridad, preguntaron en cuánto tiempo debería hacer efecto y el brujo, -hombre prudente- mencionó palabras como constancia y paciencia y que no sería mala idea comprar alguno de los pebeteros expuestos en sus vitrinas para mejor efecto. Las madres ilusionadas pusieron manos a la obra con resultados más que predecibles. No sucedió nada.
Llegaron a la conclusión de que el amor entre sus hijos a lo mejor no funcionaba en su forma líquida... Y recordando su juventud (y algunas travesuras que habían realizado) se rieron y fueron a buscar una espuma de baño encantada, que dejaron sospechosamente cerca del jacuzzi donde Tomás y Victoria se sumergían sin falta los viernes en la noche para quitarse el agobio de una larga semana laboral y donde entre vapores discutían de política, cine, fútbol y filosofía.
Escondidas en el jardín los espiaban, y aunque era indudable el afecto con el que se trataban e incluso la forma como se miraban, no sucedió nada.
Ellas esperaban que al menos se sentaran en el mismo lado del jacuzzi, quizás, que se tomaran de las manos, una caricia tal vez... el esperado beso.
Que no llegó.
De este modo empezaron la larga peregrinación a cuanta gitana, santo falso (y algunos reales sin duda), brujo, chamán, bioenergético y todos esos coloridos personajes que a cambio de dinero atan corazones y ligan vidas.
¿Es necesario aclarar que por más sal, sahumerio, bálsamo, filtro, bebedizo, ensalmo, hechizo, té, poción, talismán, muñeco, vela y similares nunca sucedió nada?
Tomás y Victoria, curiosamente, arribando  a los 30 se mantenían solteros, pero seguían sin parecer enamorados el uno del otro aunque salían juntos, comían y bailaban, nadaban y charlaban. Cocinaban juntos e iban ocasionalmente a ver una película.
Sus madres, resignadas, de vez en cuando iban a visitar al nuevo vidente, a la mentalista recién llegada, al astrólogo reputado... a los novedosos embaucadores que llegan año tras año a la ciudad para vender sus mercancías de fantasías y de ilusiones, pero ya lo hacían más por hábito y casi que por divertirse al ver las cada vez más extrañas proposiciones que les hacían y aunque realizaban los rituales con puntualidad obsesiva ya sabían que el resultado sería nulo.
El tiempo pasó y a ambas les llegó el momento de morir, y con la misma sincronía con que derramaban gotitas de todos los colores del arcoiris en las bebidas de sus hijos, o espolvoreaban sus camas con talcos mágicos, se fueron juntas, tomadas de la mano a la eternidad...
...Solo ahí pudieron comprender que en realidad Tomás y Victoria se amaban inmensa y entrañablemente -de ahí que ningún hechizo funcionara: no se puede atar lo que ya está atado- pero nunca estuvieron juntos por simple y sencillo orgullo...
...Y contra el orgullo no hay poción que prevalezca... 

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