Elogio a mi madrastra

La madrastra de Blancanieves: Una mierda que
 condenó a la niña a muerte por pura vanidad
Las madrastras.
Siempre las malas del paseo.
En toda la literatura, siempre.
Bueno... Casi siempre.
Incluso en la vida.
Se ven siempre por ahí, favoreciendo a sus hijos por encima de sus hijastros (incluso haciéndoles daño de forma consiente y premeditada), siendo brujas y perversas. Manipulando a punta de sexo al pendejo que logran pescar... que si un padre deja que traten a sus vástagos como los padrastros de los cuentos dejan que los traten o son unos idiotas sin remedio o están convenientemente muertos.
Poco dicen los cuentos y la literatura del padrastro, no recuerdo haber oído nombrar a ninguno, pero con las madrastras definitivamente se ensañan... para cubrir la historia de la madre amorosita (que no siempre se cumple en la realidad; algún día escribiré del fenómeno de las "madres monstruo" que me ha tocado conocer) y son pocas en las que las madrastras salen bien libradas...
Lady Tremaine y sus hijas, de la Cenicienta.
Esta al menos trataba de favorecer a sus retoños
Pablo Neruda (que tuvo madrastra y la amó con todo su corazón) y quizás Vargas Llosa (de cuya obra me piratié el título de este post) las salvan. También un libro de Robin Cook, "Fiebre" tiene también a una dulce madrastra... 
Mi mamá murió hace el número de años suficientes como para que al conseguir mi padre una nueva mujer que le hiciera compañía mi complejo de Electra (si Freud lo dice, imagino que lo sufrí aunque no estoy muy segura...) ya estaba más que olvidado, así que respecto de mi padre (si a eso vamos, también de mis hermanos y de los amigos varones que más amo A y D... Y también N... de E no me preocupo, él ya tenía una mujer excelente cuando entré a su vida) lo único que esperaba era una mujer que lo hiciera feliz, cosa difícil porque todos en mi familia tenemos un carácter de los mil demonios.
Y sin embargo se la encontró.
Narissa: una buena madrastra hasta
que le quitan lo que considera suyo
Un día llegó diciendo medio en serio medio en broma que tenía novia y además, desde hace años. Pero era una relación tranquila y lejana y de hecho pasó mucho tiempo antes de que la conociéramos en persona.
Se parecen mi madrastra y mi madre más de lo que uno quisiera, ambas tienen el cabello y los ojos oscuros y son "pequeñitas igual que una violeta".
Mi madrastra tiene un corazón gigantesco, siempre digo de ella que "tiene el corazón del tamaño de una sandía". Es muy dulce y paciente y encima, cocina rico.
No me quejo de la elección de mi padre, dio con alguien que le cuida sus chocheras, que lo viste bien y encima, como él, es creyente. Además de eso, no tiene hijos, por lo que pudo adoptarnos a nosotros con todo su corazón. 
La media docena de sobrinos que dios ha tenido a bien darme la llaman "abuela" (incluso una de sus hermanas le decía "sin haber sido mamá, usté nos ganó a todas como abuela") y ninguno piensa demasiado en la otra abuela  la muerta. Para ellos importa la que está aquí, la que se los sienta en las rodillas, les compra galletas y los invita a helado.
Yo la quiero mucho, pero mi afecto no llega al punto de decirle "mamá" (si me hubiera criado, quizás otra sería la historia) y decirle "madrastra" (como he hecho en este blog) se me hace medio malongo, por las connotaciones de dicha palabra... Me he transado en llamarle "madrastrica", cosa que me critica una compañera, pero se puede ir al cuerno, no puedo quitarle el título, que es importante.
Finalizaré con el poema de Pablo Neruda a su "Mamadre":
La mamadre viene por ahí,
con zuecos de madera. Anoche
sopló el viento del polo, se rompieron
los tejados, se cayeron
los muros y los puentes,
aulló la noche entera con sus pumas,
y ahora, en la mañana
de sol helado, llega
mi mamadre, doña
Trinidad Marverde,
dulce como la tímida frescura
del sol en las regiones tempestuosas,
lamparita
menuda y apagándose,
encendiéndose
para que todos vean el camino.
Oh dulce mamadre
—nunca pude
decir madrastra—,
ahora
mi boca tiembla para definirte,
porque apenas
abrí el entendimiento
vi la bondad vestida de pobre trapo oscuro,
la santidad más útil:
la del agua y la harina,
y eso fuiste: la vida te hizo pan
y allí te consumimos,
invierno largo a invierno desolado
con las goteras dentro
de la casa
y tu humildad ubicua
desgranando
el áspero
cereal de la pobreza
como si hubieras ido
repartiendo
un río de diamantes.
Ay mamá, ¿cómo pude
vivir sin recordarte
cada minuto mío?
No es posible. Yo llevo
tu Marverde en mi sangre,
el apellido
del pan que se reparte,
de aquellas
dulces manos
que cortaron del saco de la harina
los calzoncillos de mi infancia,
de la que cocinó, planchó, lavó,
sembró, calmó la fiebre,
y cuando todo estuvo hecho,
y ya podía
yo sostenerme con los pies seguros,
se fue, cumplida, oscura,
al pequeño ataúd
donde por primera vez estuvo ociosa
bajo la dura lluvia de Temuco

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