Como no podía dejar de ser... para El Ingeniero
Van dos amigos caminando, un día cualquiera de otoño y discuten...- Y así, las cosas, es posible que un Ingeniero pueda amar más que un Poeta, pese a la opinión general...
- Claro, tu lo dices porque eres ingeniero...
- Y tú te opones porque eres poeta...
- Es que el amor necesita lenguaje, un amor sin lenguaje es muerto...
- Pero las palabras se agotan. Es más, las palabras agotan.
- Las palabras se agotan? no entendí eso...
- Claro... ¿Cuántas palabras puede tener un idioma? Por muchas que sean, tarde o temprano se acaban... Pero las cifras... las cifras son infinitas: así será que hasta su símbolo tiene... Pero las palabras, aunque tuvieras un amplio vocabulario, no solo se terminan, sino que agotan al otro...
- Pero los números en realidad son reducidos; son los mismos 10 símbolos repetidos hasta el infinito
- Y no es así, acaso, el lenguaje?
- Al menos son más símbolos... Y además contamos con los otros idiomas, podemos maldecir en ruso o alemán, seducir en francés o italiano, cantar en inglés o español...
- Esta discusión es tan infinita como los números...
- Y no podría llevarse a cabo sin lenguaje...
-Y bueno, al fin lo que importa es el corazón, no? No las cifras o las palabras...
Y con el rumor del viento en los árboles se alejaron por el sendero...
Bien lo dijo Pablo Neruda en su "Oda al gato": El Ingeniero quiere ser un poeta.
ResponderEliminarEnamorados de una ciencia incomprensible para la gran mayoría de los mortales como lo son las matemáticas y la física, la ingeniería (que no es otra cosa que las aplicaciones prácticas de un universo teórico) lleva a sus cofrades a buscar la belleza en secuencias, series, sucesiones y figuras a las que muy poca gente (a menos que sean humanistas que hayan trasegado por las ciencias puras) puedan notarle el encanto.
El amor en un ingeniero o en un científico parte casi de los principios de la mecánica cuántica y los bellos postulados de Heisenberg, Pauli y Schrödinger, en que si sabes algo de una partícula, no puedes conocer todo de ésta. Lo admito: soy muy racional en ese aspecto, a pesar de ser tremendamente romántico en lo que a frases y halagos respecta, merced a ser un extraño espécimen de ingeniero que escribe de una forma decente, usando términos y conjugando verbos que sean capaces de llenar de belleza una simple frase.
La paradoja del gato de Schrödinger (en la que no se sabe si el gato está vivo o muerto dentro de la caja, requiriendo abrirla) resume perfectamente lo que me ocurre con los sentimientos de otras personas hacia mí: no tendré la certeza de saber qué son hasta que pueda verlos de forma explícita y, además, saber si esos sentimientos siguen vivos o son una inerte pila de rescoldo, asfixiada por una ingenua indiferencia de mi parte.
Y solo en ocasiones el corazón logra ganarle a la razón, que en medio de su enorme poder evita las hermosas formas femeninas si detrás de ellas no hay un discurso seductor que haga valer la pena el tiempo invertido en una conversación. ¿Arrogancia? Por supuesto. ¿Qué ingeniero, en medio de su propia sapiencia no lo es? Lo bueno es que la arrogancia se me pasa cuando me doy cuenta que esa interlocutora puede llenar los espacios vacíos que tengo en un corazón de esponja.
Qué desperdicio que eso haya quedado aquí! daba para un excelente post en tu blog. Abrazo!
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