Lo que pudo ser... que no fue

(y no será) 
Había una vez un ser.
Un ser perfecto e inmaculado: lo bastante fuerte para soportar las crisis de la vida con entereza y lo bastante vulnerable para llorar en mis brazos.
En algún momento amé a ese ser.
Tal vez en un fondo remoto de mi alma aun le amo.
Pero es inalcanzable.
Si.
Pasamos juntos meses de agonía, hasta que admitimos nuestra mutua atracción, que estalló como fuegos artificiales, arrasando con todo. Empezando por mi cordura.
Fue así como empezó aquel diciembre mágico que he mencionado tanto.
Quizás porque si bien ha pasado mas de un año desde entonces, ese cardenal aun es sensitivo al contacto. A veces duele, a veces cosquillea. No falla.
Inició con una actividad de "integración" en el trabajo, que desembocó en el descubrimiento de la compartida satisfacción solo por el hecho de estar juntos (curiosamente realizada en septiembre, que en nuestro país celebra el mes de los enamorados), de sabernos en el mismo lugar, dulces e inocentes en eternos abrazos, teniendo cuidado que los labios no se acercaran, pues ese contacto podría ser fatal.
Por el momento bastaba ver como los brazos del uno ahogaban al otro, como las pieles de nuestros rostros se rozaban para sentir el calor y la suavidad, réplica de otras suavidades y tibiezas. Llegó el momento de las confesiones y fue mi boca la que en un momento de desparpajo se lo dijo, para recibir asombrada la confirmación de un mutuo sentimiento. Ahí empezó el deseo de compartir, de salir juntos a caminar la noche, de abrirse el alma para hallar la magia escondida en su interior. De explorar un mundo nuevo y asombroso (para cada uno, el del otro) y crear un universo íntimo, reluciente, impecable para estrenarlo juntos.
Sumado a ello estaba la atracción de lo prohibido: por nuestra situación laboral nos arriesgábamos a algo más fuerte que la simple censura si nuestro naciente sentimiento era descubierto, aunado a ello el hecho de que cada uno de nosotros tenía un compromiso de tipo sentimental. "Una aventura, es más bonita, si hacemos creer a los demás que no hay amor... una aventura, es más bonita, si existe dueño para cada uno, de los dos..." Y cumplíamos a la perfección las condiciones...
Es más, por un extraño sentimiento de excitada lealtad a los ausentes, creamos aun más normas qué seguir, aunque al fondo no fueran sino una coraza que nos ayudaba a luchar contra el miedo y el ansia.
Caminar juntos horas interminables sin ni siquiera tomarnos de las manos, pero buscando siempre un roce que pareciera accidental ante los ojos de los otros, casual ante los nuestros. Pararnos frente a un escaparate para buscar en el reflejo del cristal la nítida mirada del otro. Detenernos a mirar libros y comidas para compartir nuestros gustos. Ver en maniquíes la ropa expuesta para imaginar cómo sería verla puesta y cómo quitarla en el otro. Cuando eso dejó de ser suficiente, empezamos a salir a comer y al menos para mi era un placer ver como algunos alimentos eran consumidos con delectación; recuerdo especialmente algunos atracones de alimentos poco románticos (salchichón, gaseosa y pan), un par de veces que fuimos a "tomar el té" (habiéndose constituido el té en nuestra bebida de pareja) y una ocasión en que comimos una exquisita lasaña oyendo música asquerosa.
Siempre fue la noche nuestro manto y nuestra cómplice, raras veces salíamos de día; la oscuridad nos alimentaba lo mucho que de furtivo y prohibido que tenia muestra relación. De noche vimos estrellas, fuentes, lágrimas, lluvia, el brillo en los ojos, las luces de la ciudad. Como ciertas plantas exóticas, florecíamos solo para el otro en la magia nocturna, siendo un mutuo regalo. Amándonos sin tomarnos ni siquiera de las manos.
Pasaron algunos meses, en los que nos regodeábamos en ese insatisfecho deseo. Nos habíamos dado tiempo para "pensar" en nuestra relación, aunque ahora a la distancia creo que era solo para acumular deseos. Y vaya si lo conseguimos.
Hasta ese mágico diciembre.
Recuerdo la fecha exacta: Un siete de diciembre.
En medio de muchos, que en ese momento fué para nosotros como estar en medio de la nada, me concedió el primer beso. No supe como consiguió el valor para hacerlo (me consta que lo temía) pues era mucho lo que arriesgábamos. En medio de una multitud, que es la forma más curiosa del anonimato, nos dimos un beso suave y enternecedor... que me llenó de inquieta alegría esa noche, convirtiéndome en el alma de la fiesta a la que acudimos juntos. Pese a ello me dejó arder como una llama fría, pues las presiones sociales (la fiesta fue con nuestros compañeros de trabajo) impidieron que esa noche hubiera siquiera un segundo beso.
Tal vez después hubo otros.
Un par de ellos memorables, pero todos fugaces e insatisfactorios. Como hundir solo la punta de la lengua en la miel.
Una de las ocasiones que más recuerdo fue uno de esos extraordinarios paseos con el sol sobre nosotros. Fuimos a un parque de la ciudad a sudar bajo un sol inclemente con un ascenso de más de 60º de inclinación. Nunca lo dije, pues su reserva era difícil de cruzar (y sus ropas no demostraban ningún intento de seducirme, aunque las mías lo hacían a gritos) pero moría de ganas de rodar sobre el verde para posar mis labios con frenesí sobre los suyos. El día transcurrió apacible y en la tarde, llenos los pulmones de aire puro y los ojos de sol, fuimos a almorzar. Me encanta verle comer. Y descubrí una mutua afición a los acompañantes más que a la comida misma. Dicen que es la gula el pecado que más se aproxima a la lujuria, prefiero no opinar sobre si es cierto o no, pero con el estómago satisfecho y nuestros cuerpos repletos de calor solar, en un sitio demasiado público, empezamos a arder, me asaltó con besos tales que todo el mundo alrededor se giró a vernos y tuve que detenerle. La excitación era demasiado obvia. Y si mal no estoy fue la única vez que nos besamos ese día... pero fue bastante. Al menos por un breve tiempo.
Una de las cosas que más nos gustaba compartir era nuestra mutua afición al agua, materializada en ir a nadar cada 15 días, donde dejábamos las adivinanzas sobre el cuerpo del otro, pues podíamos disfrutarnos húmedos y semidesnudos. A mi al menos me dejaba en un estado de franca perturbación que debía superar, pues su discreción hacía que más o menos en media docena de ocasiones solo un par de veces me hubiera rozado en el agua, aunque he de confesar que moría de ganas de un abrazo en medio de ese azul que podíamos hacer infinito en nuestra mente. En una ocasión se fue la luz, y debí ser fuerte para no abalanzarme y besarle frente a todo el mundo, aprovecharme de la penunbra lunar que llegaba hasta nosotros y nos ocultaba a los demás.
Respecto a nuestro amor por el intelecto, cuando no íbamos a nadar, íbamos a la principal biblioteca de la ciudad, encontrando tanto placer en escudriñar nuestras mentes con su torrente de ideas y opiniones de filosofía (ambos somos apasionados con dicha materia), artes, ciencias y mil cosas más, como podíamos hallarla en adivinar los cuerpos bajo el bañador. Recuerdo especialmente una visita a La Casa de la Moneda, de donde salimos con un penique conmemorativo y el tesoro invaluable de un poco más de mutuo conocimiento.
Deseo aparte, hubo un momento mágico entre los dos; Lo definió con toda claridad: "es una pequeña muestra de lo que sería estar juntos como pareja". Fuimos a comprar una videocámara y en el supermercado donde la vimos miramos electrodomésticos, hablamos de comida y filosofía, reímos juntos y fue la única vez que recuerdo que caminásemos tomados de las manos, haciendo que a nuestro alrededor el mundo sonriera, pues nuestro sentimiento se derramaba en oleadas, dejando incluso algo para los demás. Frente a una vieja iglesia, nuevamente, para desdicha nuestra, contuvimos los besos en la punta de los labios.
El eterno miedo.
Aun ahora, a la distancia, no tengo certeza si nos daba más placer el estar juntos o el contenernos.
Un episodio de dulzura inigualable sucedió en su universidad.
Situada en una de las zonas mas prestantes de la ciudad, una noche cualquiera me pidió que le acompañara a realizar alguna gestión menor. La primera sorpresa fue el ingreso, pues conseguí entrar solo con una elevación de hombros, sin requisa y sin carnet. Tras vagar un rato por la biblioteca me ofreció un panorama de lo que era su vida allí, una parte que solo había conocido por referencias veladas y explicaciones académicas... es curioso cuánto puedes descubrir de una persona al conocer el ambiente y las anécdotas de estudiante, lo que es su diario vivir, en un rol diferente al que comparte con vos (en este caso, el trabajo, y la escasa vida que tuvimos fuera del mismo).
Para finalizar, me ofrendó el regalo de subir conmigo "al último cuarto de la torre más alta" y poner la ciudad y sus luces a mis pies, con ojos brillantes, con labios dispuestos, con una solitaria penumbra para disfrutarla juntos.
Otro momento especial ocurrió bajo un puente de los muchos que hay en la ciudad. allí pronuncié la frase donde ponía a sus pies todo mi ser, si así lo deseaba: "Mirame. Estoy aquí. Puedo concederte todas tus fantasías, hacer realidad tus sueños, protegerte, amarte y hacerte feliz", donde las confesiones y el amor se diluyeron en lágrimas, donde nuestros abrazos se hicieron aun más desesperados, casi asfixiantes por el deseo de fundirnos en uno solo, donde al final debió huir de mi, mientras dejaba atrás también el deseo que nos atormentaba.
Quizás era una premonición del final.
Nunca hubo sexo entre nosotros, pero si algunos besos, abrazos sofocantes y ese color rosa con que el enamoramiento pinta la vida.
Esta historia, como tantas otras, debía tener un fín. Tal vez fui yo quien lo pidió, tal vez no, quizás fue mutuo, pero desde mi perspectiva era la hora de prescindir de las respectivas parejas e iniciar algo juntos...
al menos intentarlo.
Menos aún.
Soñarlo.
Así como dimos un espacio para que la relación creciera, dimos uno para tomar una decisión y por conjunto deseo dejamos de vernos un tiempo, mas o menos dos semanas. Al regresar deberíamos tomarla.
Soy teatral, como ya se habrán dado cuenta, así que preparé el escenario para ese momento. En el lugar donde tantas veces fuimos a comer y tomar té, donde entre comida y brillantes luces se empezaron a gestar los primeros pasos de un sueño compartido, pedí que la decisión fuera consignada en una frágil hoja de papel, color naranja.
He de admitir aquí mi terror.
Toda la dimensión del paso que estaba a punto de dar (tenia una relación cómoda y larga, donde ya todo estaba previsto y planeado: tendría que enfrentarme contra la empresa, contra mis amigos e incluso contra mi propia familia) cobró vida con violencia sobre mi, haciendo que diera algunos paseos por el lugar (la idea era tomar la decisión por separado para no influir en el otro) y con el corazón arrebatado, la mente nublada y el pulso inseguro, con el fondo del miedo en mi corazón tomé mi opción escribiendo una sola sílaba en la hoja. Regresé a su lado para conocer la que había tomado.
No me eligió.
Pudo más el peso que debería cargar en su espalda (imagino que mas o menos similar al mio: enfrentarse hasta con su familia) y optó por quedarse con su pareja, renunciar a nuestro planeta privado, llevándose consigo la luz, la lluvia y los colores rosa de esta precoz primavera, convirtiéndolo en un yermo donde ahora solo habitaba yo.
Sentí en mi corazón la oleada simultánea del alivio y dolorosa decepción, pero haciéndome fuerte, dejé que partiera, sin siquiera un último beso de despedida.
Al menos así lo creía.
En voz alta me gritó el orgullo y nunca le dejé saber cuánto dolor me había causado, hasta que (no recuerdo si fue uno o dos días después) coincidimos en un baño de la oficina para algo intrascendente y al mirar el uno los ojos del otro en el enorme espejo, nos dimos un fuerte abrazo, nos gastamos los labios en un último, ávido, desesperado beso. Casi somos descubiertos y eso selló aun más las decisiones tomadas y nuestra complicidad.
Fue así como creí haber pasado la página de otro amor imposible.
Sin embargo el sincero respeto y afecto que había entre nosotros no se diluyó del todo, por lo que seguimos saliendo y compartiendo, pero dejando de lado muchos de nuestros preciosos abrazos, para portarnos de manera un poco más formal, como dos seres humanos que tienen compromisos y han elegido su camino... Para evitar la tentación.
Su canción para mí fue "Fix You" (de coldplay) y la mía "X & Y" (de coldplay también) especialmente una frase: "You become my best friend I wanna love you but I don't know if I can". Nuestro soundtrack es "Puente" de Ceratti, porque fue eso lo que cruzamos para estar juntos. Éramos causa y éramos efecto. Sin embargo nos quedamos cada quien en su orilla gritándonos ternezas, sin ser capaces de cruzarlo, de encontrarnos en el medio.
¿Suena bien así, no?
Salvo que mi mente traviesa a veces piensa en los "Y si...", pero con un suspiro lo dejo correr: ambos tomamos decisiones que no se pueden echar atrás e incluso acordamos que fueron las mejores posibles en las circunstancias que nos rodeaban. Y limité su recuerdo a las poesías que le escribí, (todas de despedida) a los mensajes de texto que intercambiábamos para sentirnos cerca, estuviésemos donde estuviésemos, a una de tantas conversaciones de msn y un par de cosas más, (entre ellas, el papel donde constaba su elección y los motivos que la impulsaron... de ello me abrumó la palabra "calamidades" asociada a mí) selladas con una cinta negra y ocultas en un lugar de mi corazón, junto a su canción de despedida: "por un beso" de Jaguares:
"Por un beso... se alteró el universo... y nos condenaron... a no tocarnos más..."
Pero hoy he descubierto que también baraja "Y si..." en su mente analítica y así mis sentimientos (también los suyos) reviven con la misma fuerza del fénix que se levanta de las cenizas para volar más alto y orgulloso que nunca. Lo cual hace que esta historia aun no tenga su última palabra, aunque este relato termine aquí.

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