No querer

Una de las cosas que más odio es que me tengan lástima. Por eso muchas veces cuando estoy triste, mi defensa es enfurecerme. Nadie siente lástima por un león herido.
Por eso mi vida privada es tan privada, para que cuando lleguen mis desgracias nadie pueda compadecerme. Para que nadie vea cómo me derrumbo.
Solo me siento cómoda llorando con dos personas en el mundo. Con nadie más. Y las que me han visto llorar no deben llegar ni a una docena.
Siendo así las cosas, algo tan privado como mis enfermedades me las quedo para mi. No le cuento a nadie qué me pasa o qué hago para sobrellevarlo.
Ni manipulo con el "Me estoy muriendo, corre al culo mío" del que conozco no menos de tres casos.
Los únicos dulces que extrañaría, si no fuera porque son muy caros y ya no se consiguen en el país.
Qué suerte, creo
Desde que a mi papá le diagnosticaron diabetes, empecé a cuidarme de dulces y azúcares para nada, porque igual mi cuerpo y mis genes me traicionaron.
Y eso me tiene desanimada.
Me lo advirtió la tercera doctora: "No se entristezca, no se deprima, que eso también le hace mal"
Qué me queda entonces?
Enfurecer, quizá.
Comer media docena de pastillas repartidas a lo largo del día, flagelarme si olvido alguna, seguir tomando mucha agua, igual los dulces ya no los comía y seguir esquivando el azúcar que en este mundo está omnipresente: salsas, panes, pastas... 
Nunca he probado las drogas (por lo mismo que nunca he deseado acercarme a pitonisas u horóscopos: no deseo que un ente externo controle mi vida) pero el potencial adictivo del azúcar es tal que podría entrar en mi clasificación excepto que...
Sé que puedo prescindir de él, de la forma como he dejado atrás viejos amores:
No queriendo más.
Son tan difíciles de conseguir y tan costosos, que si los encuentro me los mando igual
Y es así, como por ejemplo dejé, hace ya años, de beber gaseosas (alabado sea el Monesvol porque siempre me ha gustado el agua), rara vez probaba un chocolate y empecé a ser muy rigurosa con la cantidad de azúcar que contiene un producto.
Solo bebía alcohol con dos personas y de manera muy ocasional (igual mi pequeño alijo de tres cervezas especiales me estará esperando, para una ocasión especial), así que no sentiré mucho dejarlo y empezaré a no querer pan, papas fritas o salsas en una hamburguesa.

Hay tantas cosas que he dejado de querer o que he postergado en el tiempo que una rosquilla o unas galletas o una dona (que igual nunca me gustó especialmente) no serán para tanto.




Lo aburrido, a la larga, no es uno, sino los demás.
La mirada cuando uno saca su colección de pastillas (Y si me compro un pastillerito pequeño y coqueto? al menos para las pastillas del almuerzo, que son tres), la evidente incomodidad cuando uno ya no puede comer lo mismo que ellos... si es que no es el tipo de "por comer eso no le pasa nada"...
Y no, la enfermedad no me pone mal, pero agrava las cositas malas que suceden en el día a día y me debato en el temor de estar más grave de lo que creo (y no admitirlo por soberbia) o estar somatizando cosas sin importancia.
Dejar de querer, sin llegar al extremo de dejar de querer estar viva.
Dejar de querer.

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