El ekeko

El Ekeko es un dios en la mitología andina y del altiplano. 
Su imagen se vende en los mercados de diversos países y goza de gran popularidad sobre todo a fin de año, ya que cada hogar debe contar con un Ekeko entre el Año Viejo y el 24 de enero, periodo del solsticio de verano en el sur. 
Se trataría de una divinidad de origen prehispánico, un dios de la abundancia y la prosperidad llamado Thunupa que luego se convirtió en una deidad hogareña a pesar de los intentos de los colonizadores españoles por erradicarlo. Sus seguidores creían que ahuyentaba la desgracia de los hogares y atraía la fortuna.
Los Ekekos son muñecos de arcilla cocida, piedra o cerámica (se han creado incluso en metales preciosos, como plata y oro) que pueden encontrarse desde Argentina y Chile hasta Ecuador, pasando por Perú y Bolivia. Aunque, por supuesto, su difusión en otros países se ha extendido a lo largo de los años, en especial de la mano de los emigrantes bolivianos.
De acuerdo a la creencia popular, el Ekeko materializa los deseos que se le piden. Y, para pedirle algo, es necesario colgarle de sus alforjas, cintura, brazos o cuello —o bien colocarle bajo sus pies o en sus cercanías— las llamadas Alasitas.
La palabra “alasitas” significa en lengua aymara “cómprame”. Son miniaturas de toda clase de cosas que una persona pueda desear obtener. Así, si se desea un coche nuevo, un teléfono, una cámara, un rebaño de ovejas, dinero, casa, ropa o lo que sea que se pretenda conseguir, es preciso adquirir o fabricar la miniatura de dicho elemento y ofrecérsela al Ekeko.
Una alasita muy común son pequeños billetes, pues se requiere dinero para cumplir sus deseos. Otras alasitas más específicas son: si uno desea viajar, compra una pequeña maleta; si uno quiere un auto, compra un cochecito; si un campesino desea buena cosecha, compra una alasita de un saco de granos de cereales; si una familia quiere tener siempre comida, compra una alasita de bolsita de arroz; si uno desea tener suerte en su negocio, pues una alasita de una pequeña tienda... Es increíble la diversidad de alasitas que se venden, y el detalle con que están hechas.
Las Alasitas son verdaderas obras de arte, y han generado una feria propia, la de las Alasitas, en donde se venden versiones reducidas de cualquier cosa que se le pueda solicitar al Ekeko, y en donde se desarrollan los ceremoniales asociados a esas miniaturas.
Pero no todo es pedir. Es menester que se cumplan ciertas normas en relación al geniecillo. Así, un día a la semana —generalmente los viernes— se le ofrece algún tipo de bebida alcohólica (se deja a su lado un vasito con la bebida), se le pone comida y se le da de fumar. Para ello, la mayoría de los Ekekos tienen la boca abierta en una sonrisa, con espacio suficiente para insertar el cigarrillo y encenderlo. Aunque se sigue debatiendo sobre ello y hay quien apunta que el tabaco debe consumirse sólo hasta la mitad para no provocar la cólera del hombrecito, la tradición señala que si se consume por completo, la semana venidera será afortunada.
La fisonomía del Ekeko ha ido cambiando con el tiempo. En época prehispánica, sus figurillas de piedra mostraban un personaje jorobado, rechoncho, desnudo y dotado de un enorme falo, símbolo de su poder fértil. Luego pasó a ser una efigie totalmente indígena a cuyas espaldas se amarraban ovejas, burros, casas y sandalias. Más tarde fue un mestizo atiborrado de coches, camiones, motos y demás. Hoy en día es blanco, viste terno y hasta sombrero, lleva bigotito y en sus alforjas esconde ordenadores, pasaportes, aviones, maletas de viaje y dinero. Lo único que no ha cambiado demasiado es su gordura (como dios de la prosperidad, no podía ser delgado) y su carita alegre.
A veces va tan lleno de cosas que la frase “estar (o ir) cargado como un Ekeko” se ha vuelto proverbial para designar a aquellas personas que portan sobre sus espaldas demasiados bultos.
Como puede verse, las costumbres asociadas al Ekeko son muchísimas. Una de ellas indica que no se debe comprar, sino que debe ser regalado. Otra establece que hay que taparle la cara hasta que se encuentre en el hogar que va a cuidar: tras descubrirle el rostro, se le debe presentar toda la casa, y luego ubicarlo en un lugar cómodo y agradable. Una tercera advierte que una mujer soltera no debería tener un Ekeko, pues el geniecillo es muy celoso y ahuyentaría a todos sus pretendientes. Y la última aconseja que tiene que haber un sólo Ekeko en cada vivienda (dos generarían discordia) y que debe cargárselo de ofrendas una vez al año.
En 2009, Bolivia reclamó la propiedad del Ekeko como patrimonio exclusivo del país. No tardaron en escucharse voces peruanas en contra, argumentando que se trata de un icono binacional representativo de la cultura andina.
La figura del Ekeko tomó gran popularidad en la provincia de Buenos Aires (Argentina) durante el periodo hiperinflacionario de los años ochenta. Allí sus adeptos lo tomaron como una especie de patrono de la fortuna.
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