El contrato amoroso

Hace un tiempo hice una de esas compras carísimas de las que uno no se arrepiente. Me gasté aproximadamente 53 dólares comprando una colección de 9 libros de Isabel Allende. De esos 9 libros solo tenía dos (digamos tres, aunque cabe la posibilidad de devolver el tercero a su legítima dueña...) así que de todos modos es una buena inversión.
Aunque de esos 9 libros he leído 5, tenerlos es un valor agregado, así que decidí empezar a releer lo que conocía pero no tenía, empezando por uno de mis favoritos: El Plan Infinito.
Casi al Final del libro se cierra una de las historias que se relatan ahí. La de cómo Carmen -ahora metamorfoseada en la gitana Tamar-, latina vivaz, hermosa y andariega decide de forma consiente, casarse.
Como dice ella, pasados los 30 ya no le interesa seguir jugueteando a los novios y ya ha tenido bastante de amantes dispersos, así que va en busca del compañero de su vida.
Lo tenía identificado desde ya hacía algún tiempo, pero por los avatares de su destino, no lo había enfrentado. Esta vez coge sus maletas y se lo dice. De frente y sin anestesia:
-Hasta hace un par de semanas no se me había ocurrido casarme, Leo. 
-¿Y por qué pensaste en mí? 
-Porque no he podido olvidarte, me gustas y creo que hace un montón de años yo te gustaba un poco también. De todos los hombres que he conocido hay sólo dos a  quienes quisiera tener a mi lado cuando estoy triste. 
-¿Quién es el otro? 
-Gregory Reeves, pero no está listo para el amor y no tengo tiempo para esperarlo. 
-¿De qué clase de amor hablas? 
-Amor total, nada de medias tintas. Busco un compañero que me quiera mucho, me sea fiel, no mienta, respete mi trabajo y me haga reír. Es mucho pedir, ya lo sé, pero yo ofrezco más o menos lo mismo y además estoy dispuesta a vivir donde tú quieras, siempre que aceptes a mi hijo y a mi madre y pueda viajar a menudo. Soy sana, me mantengo sola y jamás me deprimo. 
-Esto parece un contrato. 
-Lo es. ¿Tienes hijos? 
-No que yo sepa, pero tengo una madre italiana. Eso será un problema, jamás aprueba a las mujeres que le presento. 
-No sé cocinar y soy bastante simple en la cama, pero en mi casa dicen que es agradable vivir conmigo, principalmente porque me ven poco, paso muchas horas encerrada en mi taller. No molesto demasiado... 
-En cambio yo no soy nada fácil. 
-¿Podrás hacer un esfuerzo al menos?(...) 
-No es nada personal, si alguna vez decido casarme, sólo lo haré contigo, te prometo. 
-Eso ya es algo. 
-¿Por qué no somos amantes mejor? 
-No es lo mismo. Ya no tengo edad para experimentos. Quiero un compromiso a largo plazo, dormir por las noches abrazada a un compañero permanente. ¿Crees que habría cruzado medio mundo para proponerte que fuéramos amantes? Será agradable envejecer de la mano, ya verás -replicó Carmen, rotunda. 
-¡Qué horror! -exclamó Galupi, francamente pálido
Este fragmento me gusta porque sintetiza la forma como uno debería tomar la decisión de unir su vida a la de otra persona. Empezando por no ser una carga para el otro.

Si yo tuviera que estar en el lugar de Tamar (a la convencional Carmen no se le hubiera pasado tal arreglo por la cabeza...) tendría que hacer una lista de qué ofrezco en esa relación y por supuesto, qué pido.
Y si he de hablar con sinceridad, además de que la lista "que pido" sería más larga que la de "qué ofrezco" en un mundo ideal pediría ciertas licencias que sé que no puedo pedir....
Cómo sería mi lista...?

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