En el lugar donde trabajo se consume azúcar. Como en todas partes, imagino.
Hace unos días, aprestándome a beber el ritual tintico mañanero, noté una particularidad en los sobres del azúcar que nos ponen: los sobres del azúcar Riopaila (Con mi papá le decimos "Rio - Paila" y no por malo, solo por burlesco) traían simpáticos mensajitos.
Hay tantos productos que los traen, casi todos descontinuados y recordados por solo ciertos sectores de población: las gomitas baratas (si consigo, les tomaré fotos, porque sus pintorescas imágenes no se consiguen en internet), el algodón de dulce, los chocolates... Pero no esperaba encontrarlas en el azúcar.
No llega a tanto mi cursilería como para coleccionarlos (aunquie tengo la certeza que en algunos añitos serán objetos interesantes para mostrar... no creo que alcancen el status de "culto", pero...) Y ya regalé uno; fiel al colombian style, el receptor ni siquiera lo leyó y me tocó ponérselo bajo los ojos.
No basta ni el azúcar que viene en el sobre ni el mensaje para endulzar una vida, pero se abona el esfuerzo. Además es una de esas cosas que sorprenden, y mal que bien dejan el regusto dulce en el corazón.
Así que la próxima vez que se tome un tintico... lea. A lo mejor recibe un poco más de calor del que imaginaba cuando lo compró.
PD: Es curioso que me haya salido esto, justo cuando estoy acabando de leer "
La Isla Bajo el Mar" donde la protagonista trabaja para un plantador de azúcar... en la época en que el azúcar tenía pero fama que ahora, donde solo nos preocupamos por que no nos mate de diabetes.